Hace unos meses (poco antes de la pandemia), unos amigos contactaron conmigo para que, como arquitecto, les diese mi opinión acerca de la casa que estaban dispuestos a comprar.
A pesar de que el inmueble tenía un valor de venta elevado (rozando los 500.000 euros) era necesario reformarla para modernizarla y adaptarla a sus necesidades.
El desembolso económico que iban a tener que asumir era alto, pero el hecho de que la inmobiliaria les asegurara que era una “ganga” les daba cierta tranquilidad, hasta el punto de haber dado ya 3.000 euros de señal. Pese a ello, acudieron a mí para que les diese mi visto bueno.
Como querían cerrar la operación lo antes posible, me ofrecí a visitar la casa tan pronto como la inmobiliaria concertara una visita. Y así, a los pocos días, acudí a verla en compañía del agente de la inmobiliaria, los propietarios y los futuros compradores.
Durante la visita, el agente inmobiliario, altamente interesado en cerrar la operación (con la venta obtiene provecho económico tanto por parte del comprador como del vendedor), trataba de convencer a ambas partes del beneficio que le reportaría el negocio.
A su vez, los vendedores destacaban los puntos fuertes de la casa (obviando, lógicamente, en su interés, los débiles). Los compradores, asentían con cada palabra que decían unos y otros, seguros de que aquélla podría ser la casa de su vida. Yo, me limité a escuchar, observar y tomar anotaciones.
Cuando concluyó la visita y nos despedimos de los vendedores y del agente inmobiliario, estuvimos hablando de sus expectativas, necesidades y capacidad económica, cuestiones que no habían tratado con la inmobiliaria con la suficiente profundidad. ”Entonces, ésta no es vuestra casa”, les aconsejé. Al día siguiente, los compradores retiraron su oferta de compra.
Proceso de compra
A partir de ese instante, me involucré en el proceso de compra de su nuevo domicilio. Desde la búsqueda, selección y compra hasta la reforma de la que hoy es su casa. Mantuvimos un fuerte contacto en todo momento y, actuando con diligencia y de manera “proactiva” evitamos dilatar de manera innecesaria un proceso de por sí complejo e intenso.
Al cabo de pocos meses, los compradores ya estaban viviendo su nueva casa, coincidiendo con los meses de confinamiento. Durante el encierro, me enviaron un mensaje diciéndome lo afortunados que se sentían de que, gracias a mí, no se hubieran precipitado en la compra del inmueble. Ahora, decían, estaban completamente seguros de haber acertado y de haber encontrado “su casa”.
Esta historia me hizo reflexionar sobre la trascendencia que puede tener para alguien estar bien aconsejado en momentos importantes de nuestras vidas. Además, me hizo ver lo beneficioso que era que existiese alguien que velara en una compraventa, exclusivamente, por los intereses del comprador, porque, como ya hemos visto, “la mejor compra no es siempre la mejor venta”.
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